Dejar de pintar, permitir al color y a los pigmentos que ocupen por sí mismos la superficie que deseen, reconocer que es el lugar el que crea su propia imagen y traza las formas sobre el lienzo; arrinconar los útiles en el interior del estudio y ofrecerse renovada un día y otro sin desmayo, sin atender al frío o a la lluvia para que cuanto ha sido motivo de su trabajo invierta su posición y se convierta en el autor, en el ejecutor de la obra.